Desde el nacimiento los seres humanos necesitamos establecer lazos afectivos que nos permitan sobrevivir, ya que a diferencia de otros seres vivos, requerimos de un largo período de maduración, desarrollo y cuidado, antes de ser reconocidos como individuos capaces de valernos por nosotros mismos.
Este período está marcado por la influencia que ejercen los cuidadores primarios, es decir, las primeras personas con las cuales desarrollamos un vínculo afectivo, y que generalmente suelen ser la madre, el padre u otra figura significativa como algún tío(a) o abuelo(a).
Innumerables teóricos (Bowlby, Ainsworth, Hazan y Shaver, Feeney y Noller, Fonagy, Main, Pietromonaco y Feldman Barrett, Crittenden, entre otros) han tomado en cuenta la importancia que tienen los primeros vínculos afectivos en el desarrollo de una persona, realizando investigaciones que han constatado la importancia que las relaciones tempranas entre padres e hijos tienen en el establecimiento de relaciones interpersonales y amorosas durante la vida de las personas.
Los niños, desde los primeros meses de vida, establecerían ciertos modos de vinculación con los primeros cuidadores, con el objetivo de obtener el cuidado, cercanía y apoyo necesarios para la supervivencia. Esos modos de vinculación pasarían a ser internalizados a medida que el niño crece, constituyendo una forma de relacionarse con quienes le rodean, ya se trate de familiares, amistades, compañeros de colegio, profesores, y más adelante durante la adolescencia, con sus parejas.
Se han descrito distintos patrones o estilos de apego que se darían entre un niño y su cuidador primario: Seguro, Ansioso/Evitante y Ansioso/Ambivalente (Bowlby, 1969, 1988, 1993; Ainsworth y cols., 1978). Posteriormente, se descubrió un cuarto estilo de apego que correspondería a una versión desorganizada de las pautas de apego y que se daría principalmente en niños que han sufrido violencia física o cuyos cuidadores sufren desórdenes del ánimo (Main, 2001).
“La teoría del apego considera la tendencia a establecer lazos emocionales íntimos con individuos determinados, como un componente básico de la naturaleza humana, a lo largo de la vida” (Bowlby, 1988).
La característica principal de las relaciones íntimas es la comunicación mediada por las emociones. Por lo tanto, “la capacidad de establecer lazos emocionales íntimos con otros individuos, a veces desempeñando el papel de buscador de cuidado y a veces en el papel de dador de cuidado, es considerada como un rasgo importante del funcionamiento efectivo de la personalidad y de la salud mental” (Bowlby, 1988, pp. 142).
Se plantea que existe una intensa relación causal entre las experiencias de relación que tiene una persona con sus padres y su posterior capacidad para establecer vínculos afectivos con otras personas. Se establece además queciertas variaciones en esta capacidad, se manifiestan en problemas conyugales y conflictos con los hijos, así como en síntomas neuróticos y trastornos de la personalidad, y pueden atribuirse a cambios específicos en el modo en que los padres desempeñan sus roles(Bowlby, 1999).De aquí deviene la importancia de generar vínculos sanos con nuestros hijos, padres, parejas, etc. Los lazos afectivos que desarrollamos en la infancia influyen fuertemente en el modo de relacionarnos con quienes nos rodean a futuro, por ello, es muy importante reconocer cuál es nuestro estilo de vínculo afectivo y tomar consciencia sobre aquellos ámbitos en los cuales nos gustaría mejorar.
El aspecto más relevante de la teoría del apego es la reciprocidad de las relaciones tempranas, que es una pre-condición del desarrollo normal en todos los seres humanos. Podemos reconocer esta reciprocidad en la correspondencia que existe entre las conductas de apego del niño como por ejemplo en la búsqueda de la proximidad, la capacidad de sonreír y colgarse a los brazos de quienes le rodean, y las conductas de apego del adulto (tocar, sostener, calmar), que refuerzan la conducta de apego del niño hacia ese adulto en particular (Fonagy, 1999).
“La activación de conductas de apego depende de la evaluación por parte del niño de un conjunto de señales del medio circundante que dan como resultado la experiencia subjetiva de seguridad o inseguridad” (Fonagy, 1999).
El objetivo del sistema de apego es la experiencia de seguridad, que constituye un regulador de la experiencia emocional, encontrándose en el centro de muchas formas de trastornos mentales, y de los procesos psicoterapéuticos.
John Bowlby (1969), principal investigador que propuso la teoría del apego, realizó diversas distinciones conceptuales entre el concepto de apego, la conducta o comportamiento de apego, los patrones de apego y los modelos operativos internos. Desde una base teórica psicoanalítica, motivacional, etológica, cognitiva y sistémica, Bowlby subrayó la importancia de las relaciones afectivas en los primeros meses de vida en la constitución de la personalidad adulta.
Señaló que se entiende el apego como “un tipo específico de lazo afectivo que una persona tiene con otra, de la cual intenta obtener seguridad, tal como el lazo entre un niño y su madre” (Bowlby, 1969).
Y definió la conducta de apego como “toda forma de conducta, consistente en que un individuo consigue o mantiene proximidad a otra persona distinta, que es considerada como más fuerte y/o más sabia, siendo característica de los seres humanos desde el nacimiento hasta la muerte. Este comportamiento constituye la expresión externa de un sistema de regulación de la seguridad, cuyas actividades tienden a disminuir el riesgo de hacerse daño y son vivenciadas como aliviadoras, ya que aumentan la seguridad” (Bowlby, 1969).
Además, realizó una distinción entre los conceptos mencionados previamente y el concepto de vínculo afectivo, que describiría los “lazos cercanos particulares en los cuales el compañero es un individuo único e intercambiable con cualquier otro” (Bowlby, 1969).
Cabe destacar que el apego cumple cuatro funciones durante la vida de una persona: la mantención de la proximidad (acercarse, quedarse cerca y hacer contacto con otra persona significativa), el estrés o protesta durante la separación (resistirse o estar estresado por la separación de un otro significativo), el refugio seguro (buscar en un otro significativo apoyo y seguridad) y la base segura (usar a un otro significativo como una base desde la cual desplegar conductas que no sean de apego). Y estos rasgos definitorios son observables en la conducta de un niño en relación a su cuidador primario, así como en adolescentes y adultos.
Por otra parte, la teoría del apego postula la “existencia de una organización psicológica interna con una serie de características muy específicas, que incluyen modelos representativos del sí mismo y de la(s) figura(s) de apego” (Bowlby, 1988, pp. 43).
Estos modelos operativos internos explicarían la tendencia de las pautas de apego a convertirse en una característica del niño. Son los modelos que un niño construye de su madre o cuidador primario, y de los modos en que ella se comunica y comporta con él, así como los modelos que construye de su padre, y los modelos complementarios de sí mismo en interacción con cada uno.
Estos modelos serían construidos por el niño durante los primeros años de vida y se establecerían como estructuras cognitivas influyentes, que dominarían el modo en que se siente con respecto a cada progenitor y con respecto a él mismo, el modo en que espera que cada uno de ellos lo trate y el modo en que planifica su conducta hacia ellos (Bowlby, 1988).
Así es posible constatar la gran influencia que la construcción de los modelos operativos tiene en la constitución del sí mismo del niño. Estos modelos o representaciones mentales del sí mismo, tienden a operar de modo inconsciente, van actualizándose gradualmente a lo largo del desarrollo, tendiendo a mantenerse relativamente estables en el establecimiento de relaciones interpersonales (Bowlby, 1988).
Cabe destacar que las relaciones de apego establecidas a lo largo del ciclo vital van modificándose en función del proceso de maduración que experimenta la persona, evolucionando desde la asimetría hacia la reciprocidad. Es decir, en la infancia las personas sólo buscamos la seguridad que otras figuras de apego nos pueden proveer mientras que desde la adolescencia en adelante, somos capaces de formar parte de una relación caracterizada por la búsqueda y provisión mutua de seguridad, integrando los sistemas de cuidado, apego y sexualidad (Hazan y Zeifman, 1999).
Diversos estudios analizan los patrones vinculares durante los primeros meses de vida, concluyendo que a medida que el niño crece, dichos patrones se irían estabilizando en el tiempo, generando un estilo de apego característico de cada individuo y generalizable a otras relaciones interpersonales (Hohaus, Feeney y Noller, 1998; Bowlby, 1988).
Por otro lado, se ha planteado que aunque los patrones de apego se mantienen permitiendo construir una imagen de sí mismo y de los demás, éstos no serían estáticos, sino que se irían complejizando a lo largo del ciclo vital (Crittenden, 2000, 2001, 2002).
En este sentido, se han descubierto diversos factores que inciden durante la vida de una persona, llegando a potenciar o impedir procesos de cambio o estabilidad de los estilos de apego. Dentro de estas temáticas, las más estudiadas son: las relaciones afectivas y de pareja, los mecanismos subyacentes a la estabilidad e inestabilidad de los patrones de apego, los eventos de connotación negativas tales como la pérdida de algún progenitor, enfermedades con riesgo de muerte, desórdenes psiquiátricos familiares y abuso sexual, entre otros.
Una propuesta más moderna para comprender el vínculo afectivo, es el Modelo Dinámico Maduracional de la Teoría del Apego, desarrollado por Patricia Crittenden (2001), para enfatizar la interacción dinámica de la maduración del ser humano, con los contextos en los cuales se desarrolla, poniendo especial atención en las funciones de auto-protección, reproducción y protección de la progenie.
Este modelo concibe el proceso de maduración de los seres humanos como un proceso neurológico/mental y físico, que involucra un aumento en las capacidades que desarrolla la persona para interactuar con su ambiente durante la niñez y la adultez, y el descenso de éstas durante la vejez.
Establece que el contexto incluye a la gente y los lugares en que se desarrolla el afecto, por ejemplo, la familia, el colegio y los desafíos intra e interpersonales experimentados durante los distintos períodos de la vida. Establece que el resultado de la interacción entre el contexto y la maduración individual es la organización de estrategias mentales y conductuales para la protección del sí mismo y la progenie, es decir, de patrones de apego.
La organización particular de la conducta auto-protectora que desarrolla la persona, refleja las estrategias que permiten la forma más efectiva de identificar, prevenir y proteger al sí mismo de los peligros de contextos particulares, a la vez que promueve la exploración de otros aspectos vitales (Crittenden, 2001).
Como la exposición al peligro difiere según la edad, el individuo, la familia, y el grupo cultural, los patrones de apego individuales reflejarán la historia de desarrollo individual, incluyendo períodos de cambio y estabilidad; las distribuciones de los patrones según cada período, y las influencias familiares y culturales durante cada uno de ellos (Crittenden, 2001).
El modelo establece que las relaciones de apego son el resultado de la interacción entre procesos innatos basados en la genética y la experiencia. Como ambos cambian a través del tiempo, los patrones de apego pueden cambiar. Las relaciones que establecen los adultos poseen mayor complejidad que las relaciones que establecen los niños, y los patrones de procesamiento de la información también son más complejos así como las estrategias auto-protectoras utilizadas (Crittenden, 2001).
Este modelo incluye tres niveles de funcionamiento:
– el nivel relacional, en términos de las múltiples relaciones de apego que cambian en simetría y reciprocidad durante la vida de cada persona.
– el nivel mental, en términos de cinco transformaciones de estímulos sensoriales en significados, que disponen la conducta de una persona de un modo determinado.
– el nivel estratégico, en términos de las estrategias A (apego inseguro evitante), B (apego seguro) y C (apego inseguro ambivalente o coercitivo) que se pueden combinar en varios patrones vinculares, que disponen la conducta de una persona en las distintas relaciones que experimenta.
Desde este modelo, se considera que antes de la adolescencia, el apego se refiere solamente a las estrategias protectoras del sí mismo que el niño usa con sus padres, cuando se siente incómodo o amenazado. Después de la pubertad, el apego incluye las relaciones sexuales y las estrategias dirigidas a los pares.
Sin embargo, todas las relaciones de apego pueden ser descritas en términos de patrones de relación, procesamiento de información y estrategias auto-protectoras. Estas tres perspectivas son consideradas en términos de los cambios físicos y mentales asociados con el afecto durante las relaciones de apego en la adolescencia.
Entonces podemos concluir que el vínculo afectivo es fundamental para nuestra sobrevivencia, que está conformado por los lazos afectivos que desarrollamos con nuestros seres queridos, y que facilitan el desarrollo y la mantención de representaciones mentales de nosotros mismos y los otros (modelos operativos internos), que nos ayudan a predecir y comprender nuestro ambiente, y a comprometernos en conductas que promueven la sobrevivencia, tales como la búsqueda de relaciones sustentadoras y la mantención de la proximidad con otras personas importantes, brindándonos un sentido psicológico de seguridad durante nuestras vidas, e influyendo en el modo en que nos relacionamos con quienes nos rodean y manejamos las situaciones que sean desafiantes para nuestra supervivencia.
Cada persona puede desarrollar distintos tipos de vínculo, por ejemplo, tener vínculo seguro con la madre e inseguro con el padre. El tipo de vínculo más predominante en la sociedad occidental es el apego inseguro, ya sea evitante o ambivalente, luego vendría el apego seguro. Esto es así porque el apego se va transmitiendo a través de la crianza de una generación a otra y debido al contexto histórico y social, ha persistido la tendencia al desarrollo de pautas de vínculo inseguro, que permiten adaptarse de mejor manera a los peligros encontrados en el medio circundante.
Lo importante es comprender que los estilos de vínculo afectivo constituyen modos de relacionarse con los demás, ligados con la imagen que uno tiene de sí mismo y de quienes le rodean, así como con las experiencias previas que ha tenido desde la infancia al relacionarse con otras personas. Son modos de proteger al sí mismo ante contextos peligrosos y de asegurar la sobrevivencia de la raza humana en el planeta.
Los estilos de apego pueden cambiar luego de haber realizado un proceso de psicoterapia o de experimentar relaciones amorosas con una persona que tenga otro estilo de vínculo afectivo. Por ejemplo, una persona insegura, podría desarrollar un apego seguro si consigue mantener una relación sana con una pareja que tenga vínculo seguro; y una persona segura puede desarrollar un vínculo evitante o ansioso, luego de una relación amorosa complicada con una persona que tenga apego inseguro.
A veces, los estilos de apego pueden mantenerse estables, cuando las condiciones de vida de una persona no son muy cambiantes ni implican mayores peligros que requieran la realización de cambios en la forma de relacionarse con los demás.
Ya conoces más sobre el vínculo afectivo, cómo se desarrolla, las teorías que explican su funcionamiento y los factores que se relacionan con él. Espero que este conocimiento te sirva para ir examinando con más detalle el modo en que tiendes a relacionarte con quiénes te rodean, y a solicitar la ayudar de un terapeuta especializado, si deseas cambiar algún aspecto de tu estilo de vínculo afectivo que te genere malestar emocional o dificultades en tus relaciones amorosas, familiares o interpersonales.
Fuentes:
– Bowlby, J. (1969/1973). Attachment and Loss I. Attachment. Hogarth Press: London. Versión Castellana: Bowlby, J. (1993). El apego y la pérdida. El Apego. Paidós: Barcelona.
– Bowlby, J. (1988). A Secure Base, Clinical Aplications of Attachment Theory. Routledge: London. Versión Castellana: Bowlby, J. (1988). Una base segura. Aplicaciones clínicas de una teoría del apego. Paidós: Barcelona.
– Crittenden, P. (2000). Molding Clay: The Process of Constructing the self and its Relation to Psychotherapy.
– Crittenden, P. (2001). Overview.
– Crittenden, P. (2002). Transformations in Attachment Relationships in Adolescence: Adaptation versus Need for Psychoterapy.
– Feeney, J., Noller, P. (1996). Adult Attachment. Sage Publications. Versión Castellana: Feeney, J., Noller, P. (2001). Apego Adulto. Desclée de Brouwer: Bilbao.
-Fonagy, P. (1999). Persistencias transgeneracionales del apego: una nueva teoría. Revista de Psicoanálisis Nº 3. [En línea]. Disponible en: http://www.aperturas.org/3fonagy.html [Consulta: 25 de Marzo de 2003]
– Hazan, C., Zeifman, D. (1999). Pair Bonds as Attachments. Evaluating the Evidence. En Handbook of Attachment. Theory, Research, and Clinical Applications. Editado por Cassidy, J. y Shaver, P. Guilford: Nueva York
– Hohaus, L., Feeney, J., Noller, P. (1998). The Transition to Parenthood: A Study in Progress. Australian Institute of Family Studies Conference. [En línea]. Disponible en: http://www.aifs.org.au/institute/afrc6papers/hohaus.html. [Consulta: 28 de Abril de 2002]
– Main, M. (1999). Epilogue: Attachment Theory. Eighteen Points with Suggestions for Future Studies. En Handbook of Attachment. Theory, Research, and Clinical Applications. Editado por Cassidy, J. y Shaver, P. Guilford : Nueva York.
– Main, M. (2001). Las categorías organizadas del apego en el infante, en el niño, y en el adulto: Atención flexible versus inflexible bajo estrés relacionado con el apego. En Aperturas psicoanalíticas. Hacia modelos integradores. Revista de Psicoanálisis, Nº 8. [En línea]. Disponible en: http://www.aperturas.org/8main.html [Consulta: 26 de Noviembre de 2002]
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